El inspirar a otros está muy relacionado a la actitud con que asumimos la vida. Esa actitud surge de forjar un espíritu indomable basado en valores, principios, propósito y conciencia. Cuando ellos están realmente definidos y arraigados en el Ser, entonces ninguna experiencia extrema lo altera.
Veamos un ejemplo de ello, con la experiencia que nos brinda el gran Viktor Frankl, quien fuera neurólogo y psiquiatra austriaco que sobrevivió a varios campos de concentración durante la segunda guerra mundial: “Las experiencias de la vida en un campo [de concentración] demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos; también se comprueba como algunos eran capaces de superar la apatía y la irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, inclusive en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física. […] Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás, y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizás no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino— para decidir su propio camino”[1].
Como habrás notado, cuando el propósito de vida está claro, ni el mayor estado de crueldad, o de tensión psíquica, o de indigencia física, lo altera. Allí radica nuestro principal trabajo personal: descubrir nuestro propósito y llevarlo a cabo en forma consciente.
[1] Libro “El hombre en busca de sentido”, Autor Viktor Frankl, Editorial Herder, 7ma impresión de la edición 2004, Página 90.